Esta es mi introducción al debate llevado a cabo el 23 de mayo acerca de si el capitalismo oprime o libera a las mujeres.
Votamos y podemos ser presidente. Trabajamos en empresas y fundamos empresas. Tenemos cuentas bancarias y propiedades. Tenemos agua caliente abriendo un grifo. Lavamos la ropa apretando un botón. Podemos optar por la dieta que mejor nos caiga y calentarla en el microondas en 60 segundos. Conducimos autos. Si no tenemos uno propio, tomamos un taxi, un Uber o un bus, y tenemos distintos transportes al alcance de la mano.
Decidimos si queremos casarnos y con quién, o si no casarnos; si tener hijos, cuántos, o no tenerlos. Los métodos anticonceptivos han sido nuestros mejores aliados al momento de tomar nuestras decisiones sexuales. Somos independientes económicamente, así que no nos casamos por necesidad, sino porque elegimos hacerlo, y cuando cambiamos de opinión o el amor se acaba podemos divorciamos.
Tenemos tiempo para leer, para estudiar, para hacer gimnasia, para ir al cine, para jugar con nuestros hijos. Parimos sin dolor y sin el pánico de morirnos en el intento. Nuestros hijos sobreviven al parto y los vemos crecer. Los avances en la medicina y la buena alimentación nos han llevado a vivir muchos más años y de mejor calidad. Tenemos carreras secundarias, terciarias, universitarias, masters y doctorados. Y la lista continúa.
Lo que acabo de describir no es la historia de la mujer. Es la descripción de la situación de la mayor parte de las mujeres que viven en sistemas a los que llamamos liberales o capitalistas. Algo completamente nuevo en la historia. Una situación que nuestras antepasados no hubieran soñado ni en sus más dulces sueños.
El capitalismo ha sido no sólo el único sistema social ético sino la mayor fuerza liberadora de la historia de la humanidad, especialmente para la mujer.
Pero ante todo es fundamental definir términos y dejar en claro qué es capitalismo. El capitalismo no sólo es el sistema económico de libre mercado sino también un sistema social basado en el reconocimiento de los derechos individuales (a la vida, a la libertad, a la propiedad y a la búsqueda de la felicidad).
Creo en la libertad en todas sus expresiones: en la libertad en el mercado, la libertad de expresión, la libertad religiosa, la libertad sexual, la libertad artística y la libertad política de cada uno de los individuos que componen una sociedad, donde el Estado tiene un solo rol: la protección de dichos derechos individuales. En una sociedad capitalista ningún hombre, grupo o gobierno puede iniciar el uso de la fuerza física contra otros, y todas las relaciones humanas son voluntarias. El gobierno no da privilegios de ningún tipo a ningún grupo y a ninguna empresa. Estado y economía están separados, del mismo modo que Estado e Iglesia.
Dirán que un sistema así no se ha dado nunca en la historia. Es verdad. En su estado puro este sistema no se ha dado nunca. Pero en forma mixta se practica en varios países, y en aquellos que se practica en mayor medida, es donde todos, pero especialmente las mujeres, han mejorado su vida notablemente.
Cuando evaluamos la situación actual de la mujeres en el capitalismo no deberíamos hacerlo comparándola con nuestra imagen mental de cuál debería ser esa situación (sobre todos porque cada mujer es diferente y puede que no todas compartan la misma idea). Debemos hacerlo comparando la situación de la mujer a lo largo de la historia.
Hace 400 años atrás, las mujeres que pensaban diferente eran consideradas brujas y quemadas en la hoguera. No podían estudiar, trabajaban de sol a sol en trabajos mal o no remunerados con herramientas precarias para alimentar a una prole que no decidían si querían tener o no. No tenían participación política, no tenían propiedades, no podían acceder a un crédito, no siempre decidían si querían casarse o no ni con quién, no tenían control sobre su vida sexual ni reproductiva y, créanme, que no tenían tiempo para pensar en sus proyectos ni en la paridad de géneros. Su meta no era gozar de la vida y alcanzar sus sueños. Su meta era sobrevivir. Consumían dietas deficitarias, se morían al parir, vivían hasta los 30 o 40 años, se les caían los dientes por falta de higiene, se agarraban infecciones de todo tipo, se les morían los hijos al nacer y la violencia también existía (no se la llamaba violencia de género ni femicidio, pero las consecuencias eran las mismas). Todo esto sucedió durante casi toda la historia de la humanidad, y muchas de estas cosas continúan sucediendo en países no capitalistas donde los derechos individuales de las mujeres no son reconocidos ni respetados.
Así que antes de afirmar que el capitalismo oprime a la mujer, recordemos que la mujer no vivía en el paraíso de la liberación y un día llegó el capitalismo a subyugarla. El capitalismo llegó y ofreció a la mujer una puerta de salida para la mayor parte de la miserias del pasado. No de un día para el otro. Pero paso a paso.
¿Podemos seguir mejorado? Claro que sí. ¿Queremos ganar más, vivir mejor, tener más control sobre nuestras propias vidas, tener mayor acceso a la educación y más tiempo libre? ¿Queremos más mujeres viviendo una vida plena?
Entonces pidamos más capitalismo porque hasta ahora ha sido el único sistema bajo el cual nuestros pedidos han sido escuchados, y el único que lo seguirá haciendo.