1er Premio del Concurso de Ensayos sobre “El Manantial”. Ensayo por Dámaris Belén García

No todos los caminos conducen a Roma

¿Alguna vez te has preguntado qué guía la conducta de las personas? ¿Por qué actuamos como lo hacemos y cuál es la raíz de nuestros motivos para actuar? ¿Acaso hay algún rasgo de conducta que nos guíe hacia la felicidad? Estos interrogantes, comúnmente abordados en el campo de la filosofía, son
planteados en la audaz obra El Manantial, de Ayn Rand, donde la autora profundiza en estas cuestiones y nos acerca, a través de la literatura, un modo alternativo de entender el mundo y la conducta humana. Rand desafía aquella visión establecida por filósofos e intelectuales convencionales que ofrecía solo
dos caminos a seguir: el egoísmo, entendido como actitud de anteponer la satisfacción personal a costa del bien de otros, o el altruismo, consistiendo en procurar el bien de otros de manera desinteresada e incluso a costa del interés propio.

En esta novela, Rand dedica sus páginas a redefinir el significado de egoísmo y altruismo, mostrándonos la implicancia de aceptar estas ideas tradicionales y convertirlas en códigos morales para vivir de acuerdo con ellos. Un individuo egoísta, según nos muestra la autora, es aquel que rechaza el autosacrificio por
el bien de otros, a la vez que se niega a sacrificar a otros. Es él un bien en sí mismo y, su meta, la búsqueda de su propia felicidad. El altruista, en cambio, considera inmoral priorizar sus intereses personales y pretende otorgarle mayor valor al bien ajeno, doblegándose ante los deseos y necesidades de sus prójimos hasta despojarse de su individualidad.

De este modo, la autora contrasta dos filosofías morales principales que guían las motivaciones y conductas de cada personaje: el Individualismo, defensor del egoísmo, y el Colectivismo, promotor del altruismo. Siendo polos opuestos, tales filosofías libran una guerra de espíritus entre aquellos personajes que se alzan como individuos independientes y capaces, y quienes se alimentan de ellos. No es ésta una batalla en el campo político, sino en el campo de la ética, ya que es lo que cada individuo entiende por el Bien y el Mal, es decir, la filosofía moral que aceptan, lo que determina sus acciones.

Como lectores, nos situamos como espectadores de la vida de personajes que, en su interacción cotidiana con el mundo y con otras personas, materializan las ideas individualistas y colectivistas, alcanzando diferentes resultados. Por un lado, Howard Roark, un arquitecto creativo que representa el individualismo, y, por otro, Peter Keating y Ellsworth Toohey como exponentes de distintos niveles del colectivismo. Estos personajes reflejan, a través de sus motivaciones y sus actos, la visión del mundo y el ideal moral que han adoptado en sus almas. Lo que guía las acciones de los personajes de El Manantial en una dirección u otra, más allá de las fuerzas externas que ejercen cierta influencia, es aquello que hay en su interior: las ideas que abrazan, los deseos que abrigan, los miedos que ocultan. Sus acciones son una manifestación de sus valores, o de la carencia de ellos.

Al encarnar el individualismo, Roark manifiesta un juicio independiente que no acepta concesiones. En la constante búsqueda de su propia felicidad, sus acciones son guiadas por sus convicciones, las cuales entran en conflicto con los criterios y valores establecidos por otros. Sin embargo, el principal rasgo que
representa el espíritu individualista de Roark es su capacidad para comprender que sus deseos por construir a su manera y en sus propios términos no implican una obligación para sus congéneres. Él entiende que su postura alejará ciertos clientes, pero confía en que otros irán a él, voluntariamente, por el servicio que les ofrece. En sus propias palabras:

“Soy un hombre que no existe para los demás, cuya única
obligación hacia los hombres es respetar su libertad y no
participar en una sociedad esclava”.

A pesar de los obstáculos que enfrenta en su búsqueda, Roark acepta el precio por defender el fruto de su mente ante los múltiples ataques de sus detractores. Es por esto que Rand sitúa a este personaje en la cima de la pirámide social -aun cuando la sociedad en principio se resiste a él – revirtiendo la visión del
hombre altruista como aquel que consigue el grado más alto de elevación. En la persona de Howard Roark, Rand exalta la grandeza del hombre racional, contrastándolo con quienes intentan derrotarlo.

Entre ellos se encuentra su antiguo compañero de estudios y actual arquitecto: Peter Keating. No podríamos afirmar que Keating es un defensor del colectivismo como ideal político. De hecho, para los demás y para él mismo, no es más que un ser egoísta que busca su propio beneficio a costa de otros, una conducta típicamente relacionada con el individualismo. Sin embargo, la misma premisa que conforma la base de la ideología colectivista es la que mueve el espíritu de este personaje. La premisa de que el hombre no es un fin en sí mismo, sino un medio para alcanzar un fin superior.

Todas las personas que rodean a Keating son vistas por él como herramientas mediante las cuales puede conseguir sus objetivos – ya sean fama, éxito profesional, reconocimiento – u obstáculos de los que debe deshacerse. No elige a sus amigos por lo que son, sino por lo que puede obtener de ellos; no elige a
su esposa por quién es, sino por las puertas que pueden abrirse gracias a su relación con ella.

Mientras que Roark es un innovador que se mantiene leal a su mente independiente, prefiriendo rechazar oportunidades de trabajo antes que renunciar a su Ego, a su Yo, Keating carece de personalidad y sólo le importa verse reflejado en los ojos de los demás como una persona exitosa. Siguiendo ese propósito, renuncia a sus valores personales y sacrifica la única manifestación de su Yo, su amor por Catherine, con tal de obtener mayor aprobación de sus conocidos y hasta de gente a quien ni siquiera conoce.

Podría pensarse que esta falta de Ego de parte de Keating no representa un daño para nadie. No obstante, como consecuencia de ella se vuelve un ser completamente dependiente de otros, un ser que teme y odia a Roark al advertir el contraste entre ambos y la grandeza de Roark que él no puede alcanzar. Sin autoestima ni amor propio, acude constantemente a su mentor Toohey para hallar comprensión. Para Keating, él es su consejero y quien construye su éxito laboral, pero ignora que es, sobre todo, quien se encarga de destruir lentamente su moral.

A través del personaje de Ellseworth Toohey, Rand advierte el peligro de aceptar el colectivismo como ideal moral: el peligro de convertirnos voluntariamente en Peter Keatings, es decir, en esclavos de otros. Toohey es quien representa los males del colectivismo, utilizando su influencia como escritor y crítico de arquitectura para esparcir las ideas altruistas en la sociedad. Se presenta ante el mundo como un humanista respetado que predica las bondades del altruismo, alentando a las personas a renunciar a la búsqueda del éxito personal en beneficio de un sistema en donde todos puedan alcanzar la virtud. Su propósito, empero, es obtener poder para sí mismo.

Para materializar su ideal, Toohey elabora un mecanismo intelectual que actúa atacando el alma de cada individuo para que renuncie a su Ego y se vuelva un ser débil al que pueda manipular fácilmente. Así lo expone él mismo en su discurso ante Keating, describiendo cómo se ha dedicado a sembrar las ideas
altruistas en el alma de las personas hasta extenderlas como enredaderas que ahogan su propia individualidad. Mediante el altruismo, que fomenta la subordinación del interés personal, ejerce poder para convertir al individuo en una cáscara vacía que vive y piensa conforme a las pautas ajenas, hasta que no exista individuo sino un reflejo de otros reflejos, una mente pasiva que se someta.

En su metodología, Toohey, al igual que Keating, requiere de otros para conseguir sus propósitos y es por ello, justamente, que terminará siendo derrotado. Cuando decide enfrentar a Roark, lo hace porque ve en él a un hombre peligroso, un hombre que no se doblega ante los criterios de la mayoría, sino que alza monumentos rindiendo homenaje a la virtud de su mente. Toohey no sólo subestima a Roark, creyendo que logrará hacerle rendirse y abandonar la arquitectura, sino también al funcionamiento de una sociedad de individuos libres. Toohey está convencido de su poder para influir en la conducta de las
personas, pero, aunque en cierto grado logra manipular a quienes lo rodean, la fuerza de la libertad individual excede su alcance y lo deja impotente frente a Roark y a quienes lo eligen como arquitecto a pesar de sus esfuerzos por desacreditarlo.

El enfrentamiento de Toohey contra Roark es un claro ejemplo del plan que la filosofía colectivista trama contra las libertades individuales, y de la fortaleza del hombre libre que resiste y triunfa. Roark, Keating y Toohey, son sólo ejemplos de quienes podemos llegar a ser; podemos elegir ser quienes tienen el control de nuestras propias vidas, o bien ser marionetas de una filosofía que busca corrompernos y, finalmente, dominarnos. En una sociedad libre, aceptar o rechazar las ideas colectivistas es una decisión puramente individual, pero lo que Rand nos muestra es el precio que ellas nos exigen, el precio de vivir la vida a
través de otros, por otros y para otros.

Si el propósito del hombre en esta tierra es ser feliz, habrá que optar por un camino, entre múltiples opciones, que nos conduzca a esa meta. Creer que cualquier camino nos puede conducir a la felicidad, nos pone en el riesgo de tomar decisiones que, a largo plazo, nos vuelvan miserables. Y es que, tal como
nos muestra Rand, no todas las filosofías morales nos guían hacia la felicidad.

Ensayo escrito por Dámaris Belén García, ganadora del Primer Premio del Concurso de Ensayos 2022 sobre “El Manantial”, de Ayn Rand

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