Cuando el libro La Virtud del Egoísmo de la novelista y filósofa Ayn Rand fue publicado, su título generó una serie de reacciones poco favorables que continúan hasta el día de hoy. Actualmente, cuando recomiendo el libro, hay una pregunta que se repite: “¿Desde cuándo el egoísmo es una virtud?”, a la cual sigue “¿Qué puedo esperar de una autora que pondera al egoísmo?”. “Eso no es nada”, respondo, “ella pone al egoísmo como la base de su ética.”
Y acá es cuando pido que me dejen aclarar, porque el punto importante es que el egoísmo al que Rand se refiere, difiere del concepto que la mayoría tiene, quienes no identifican al egoísta como quien se ocupa y actúa de acuerdo a su propio interés, sino como aquel capaz de arremeter contra todo y todos al perseguir su propio interés. Ayn Rand llamaba a esto un “package deal”: la idea de poner en un mismo paquete a dos conceptos — en este caso, maldad y egoísmo — que no van necesariamente juntos.
Actualmente, hay una fuerte tendencia a separar a las personas según una falsa alternativa ética: los dadores /altruistas frente a los depredadores / “egoístas”. O eres de los que ponen a los demás por delante de ti (no importa quiénes sean esos otros), o eres de los que pisarían cadáveres con tal de lograr lo que deseas. El dador altruista es el niño que comparte sus más preciados juguetes con quien ni siquiera aprecia cuando internamente desearía no hacerlo. El depredador egoísta es el niño prepotente que arranca de las manos los juguetes ajenos, guiado por sus deseos, sus caprichos o el placer de ejercer su poder.
Frente a esta falsa alternativa, los padres parecen tener solo dos caminos al educar a sus hijos.
Por eso vemos como algunos padres se esfuerzan por matar el virus egoísta de sus hijos desde que son muy pequeños, haciéndoles sentir que pensar en sí mismos, buscar su propio beneficio, tener sentido de la propiedad, sentir orgullo, son la parte mala a la que deben renunciar. Un claro ejemplo de esta actitud la presenció una amiga durante una misa, cuando vio a una señora presionar a su hija a donar su muñeca más preciada. Sigue sin poder olvidar la cara de angustia de esa niña obligada a ofrecer en sacrificio lo que para ella era un gran valor para encajar en el estándar ético de su madre. Posiblemente aprendió que ser una “buena niña” significaba subordinar sus propios deseos a los deseos y necesidades ajenas.
Del otro lado vemos padres que prefieren ver a sus hijos dentro del bando de los que se llevan el mundo por delante y nada los detiene. Enseñan a sus hijos a ser lobos por miedo a que se transformen en ovejas, y los empujan a lograr lo que se propongan no importa cómo o a costa de quién. El ejemplo lo presencié yo misma en un partido de fútbol de adolescentes cuando uno de los padres, que observaba a su hijo marcar a un rival en dominio de la pelota, le grita: “Partile las piernas al medio y sacale la pelota!” . Para ellos, el fin justifica los medios.
En una sociedad donde sólo existen estas dos alternativas, las relaciones de las partes serán siempre vistas como un juego de suma cero. Si quieres ser buena persona, debes estar dispuesto a relegarte y renunciar a tus deseos. Si quieres obtener lo que te propones, debes estar dispuesto a atropellar a los demás. Víctimas y victimarios. Buenos y malos. Altruistas y depredadores. Pero en ninguno de los dos casos, los involucrados lograrán sentirse plenos, íntegros, honestos y capaces de generar relaciones satisfactorias.
El otro problema de esta falsa alternativa, es que logra que las personas terminen juzgando las acciones solamente por quiénes son sus beneficiarios directos. Y así tendremos a aquellos que creen que una acción es buena sólo cuando los beneficiarios son los otros, y aquellos que creen que una acción es buena por el simple hecho de ser uno mismo el beneficiario. Ninguna de las posiciones pone el foco en la naturaleza de la acción ni en el contexto en el que fue tomada. Visto de este modo, si un hombre muere al intentar salvar imprudentemente a un completo desconocido, los altruistas aplaudirán en su entierro; si un empresario obtiene un privilegio porque ofreció dinero al político de turno, los depredadores lo aplaudirán en su celebración; si una millonaria decide gastar parte de su fortuna ganada honradamente en una mansión y un yate, los altruistas criticarán su codicia; si esa misma mujer se niega a hacer un negocio millonario pero sucio, los depredadores la tildarán de estúpido.
Pero existe una tercera opción que es la que Rand propone en su libro. Ella define al egoísta racional como quien tiene a la propia felicidad como meta fundamental, pero la encuentra en valores objetivamente buenos, aceptando su vida como estándar, la razón como juez, y los derechos ajenos como límite a su accionar.
La ética del egoísmo racional está basada en el hecho de que el hombre es un ser individual, con su propio cuerpo, su propia mente, sus propias habilidades, deseos y sueños. El egoísta racional considera que tiene derecho a vivir por sí mismo y no está dispuesto a convertirse en un animal de sacrificio para satisfacer los deseos ajenos, ni espera convertirse en el verdugo de sus hermanos pidiéndoles a ellos que se sacrifiquen por él.
El egoísta racional es en niño que conserva sus propios juguetes cuando lo desea y también los comparte cuando y con quien desea. No considera que cualquier niño caprichoso merece su generosidad, sino sólo aquellos que él valora. Cuando comparte un juguete, no siente su generosidad como un sacrificio en el que pierde (como la niña obligada a entregar su muñeca preferida), sino como un placer. Sigue su propio interés y no su propia inmolación.
Estos niños se transformarán, con suerte, en adultos egoístas racionales, que no estarán dispuestos a ser sacrificados ni por depredadores individuales ni grupales, y que tampoco estarán interesados en sacrificar a nadie para lograr su propio beneficio.
Hasta ahora, la alternativa dador/depredador con la que hemos venido lidiando no ha hecho otra cosa que generar grietas dentro de la sociedad, entre aquellos ya cansados de vivir para los demás por deber, y aquellos ya demasiado cómodos viviendo a costa de los primeros y con pocas intenciones de renunciar a sus privilegios.
Ya es hora de acabar con esta dicotomía falsa y destructiva, y empezar a analizar seriamente la alternativa que Ayn Rand nos propone en su ética objetivista.
Este artículo fue publicado originalmente en PanamPost.